El día 28 del pasado mes de febrero, se publicó en Scientific Reports una investigación realizada en la Duke University of School Medicine, en la que se conectaron por primera vez mediante una interfaz dos cerebros de rata. Dicha conexión permitía a pares de ratas resolver problemas simples de forma colaborativa, no solo estando en el mismo espacio, sino a miles de kilómetros de distancia.
El proyecto nació a raíz de experimentos previos realizados con interfaces cerebro-maquina (que ya se estudian en humanos) en palabras del Dr. Miguel Nicolelis “el cerebro de las ratas era capaz de adaptarse fácilmente para aceptar inputs de aparatos fuera de su cuerpo y procesar información que no era visible o apreciable directamente […] Así que nos preguntamos ¿si el cerebro puede asimilar señales de sensores artificiales, podría asimilar información de otro cuerpo?”.
Para probar dicha hipótesis, los investigadores entrenaron a las ratas en la resolución de un puzle muy simple: accionar la palanca correcta según un indicador luminoso encima de la misma. Tras el entrenamiento normal, los cerebros de las ratas se conectaron mediante microelectrodos insertados en el área motora del cerebro.
Una de las ratas fue designada como “codificadora”, y su función era captar que luz se iluminaba e indicaba la palanca correcta. La otra rata, “decodificadora”, que no veía las señales luminosas, recibía la información del codificador y con ella debía accionar la palanca correcta. Así, para resolver el puzle, la decodificadora dependía completamente de la información enviada por la codificadora.
[custom_frame_right] [/custom_frame_right]El índice de acierto se situó en un 70% y, no solo eso, sino que se comprobó un elemento colaborativo importante. El premio era para ambas ratas, y la interfaz enviaba información de forma bidireccional. Así, cuando la rata que accionaba la palanca fallaba, la otra lo recibía y en los siguientes test intentaba realizar su tarea de forma más precisa y rápida, de modo que la información enviada fuese más clara para la otra rata. Los autores observaron que “cuando la rata decodificadora cometía un error, el codificador básicamente cambiaba ambos, su conducta y funcionamiento cerebral, para hacerle la tarea más sencilla a su compañera […] Cuando la codificadora hacía estas variaciones, la decodificadora acertaba mucho más a menudo y por tanto ambas recibían el premio más a menudo”.
En posteriores experimentos, dividieron a los pares de ratas en diferentes continentes y los resultados fueron un éxito, pese a la distancia y el “ruido” en las comunicaciones. Con todo, los autores concluyen que sería posible crear un “cerebro orgánico” y que, aquello que un solo cerebro no puede resolver, lo resuelvan muchos a la vez. Aun más, se comprobó que con el tiempo, la rata decodificadora empezaba a asimilar de forma tan genuina la información de la otra rata, que generaba un patrón corporal de la otra rata en paralelo al suyo propio.
Las implicaciones de estos experimentos, como todo aquello que roza la ciencia ficción, son enormes y tan alejadas de la realidad como nuestra imaginación permita. El poder crear interfaces cerebro-cerebro que ayuden en psicoterapia no sería descabellado: enseñar a ciertos patrones de razonamiento y emociones, compartir de un modo sumamente profundo las vivencias y sentir, etc. El Dr. Nicolelis ha denominado a este nuevo campo que se abre ante nosotros como “neurofisiología de la interacción social”. En cualquier caso, nos mantendremos atentos a futuros avances en este campo.