Desde tiempos remotos el optimismo y el pesimismo han sido dos posturas psicológicas que nos han caracterizado: han ocupado libros enteros de filosofía, de ética, de moral y el pensamiento de hombres y mujeres de todas las épocas; ¿pero qué sabemos realmente sobre estas actitudes?.
Martin Seligman y algunos neuropsicologos se han adentrado en las bases de estas dos formas de pensar y vivir en búsqueda de evidencias científicas que expliquen su origen, sus mecanismos y sus funciones.
La evolución de la especie humana representa una incansable actitud de supervivencia y reproducción frente a todas las adversidades que la naturaleza ha puesto en su camino. Parece ser que la selección natural favoreció a aquellos individuos en que la fe en el futuro superaba en atracción al desengaño del presente hostil y que mantenían su afán por reproducirse. En el proceso de la evolución, el cerebro aprendió a dar mayor importancia y probabilidad al éxito que al fracaso antes de emprender una acción o a proponer y ejecutar planes de acción ante los problemas.
Martin Seligman es psicológo, escritor y director del Departamento de Psicología de la Universidad de Pensilvania. Hasta los años 80, investigó sobre la indefensión aprendida (learned helpness) y la depresión. Un día, viajando en avión, su vecino de asiento, que conocía su obra le preguntó: “¿Y usted no se interesa por la otra cara de la moneda?».
Según Seligman, esa pregunta cambió el rumbo de sus planteamientos: decidió explorar científicamente el optimismo y la capacidad humana de ser feliz, una de las «caras de la moneda» poco estudiada hasta entonces. Así nació la psicología positiva, rama de la Psicología que estudia las bases del bienestar psicológico y de la felicidad así como de las fortalezas y virtudes humanas.
[custom_frame_left] [/custom_frame_left]Al poco publicó Learned Optimism, un clásico que define la psicología positiva y que analiza el fundamento positivo que predomina en nuestra especie aun cuando nos quejamos y todo lo vemos gris e incierto.
En el libro, Seligman comenta que la mayor parte de las población sobreestima sus cualidades y olvida sus defectos y flaquezas. Además, de forma espontánea, nuestra memoria borra los rastros de pasados sufrimientos, es decir, casi siempre embellecemos lo vivido e incluso cuando el futuro es sombrío, el punto de vista del individuo tiende a ser más positivo que el pronóstico general. Adoptamos decisiones y descalificamos las opciones no seleccionadas y aunque nos movamos entre lamentos e inseguridades, nuestra memoria retiene mejor las novedades positivas.
Los actuales estudios neuropsicológicos coinciden con estas tesis de Seligman. Algunos antropologos, como Lionel Tiger en la obra Optimimism: The Biology of Hope, siguiendo la estela de Ernest Jones o de Sigmund Freud, comentan que, al desarrollarse el cerebro lo suficiente como para darse cuenta de su propia finitud, fue necesario desarrollar programas de sobrevalorización de nuestras fuerzas con el objetivo de adaptarse mejor a la aventura humana.
Así que los estudios parecen indicar que tenemos cierta predisposición genética hacia el optimismo, o al menos lo suficiente como para sobrevivir como especie.
Comments
Interesante artículo Rubén. Me ha recordado a los resultados del estudio PISA 2003 (http://youtu.be/di0-B7nCqss?t=9m35s) en que los estudiantes de EEUU puntuaron los más bajos en matemáticas pero eran los más optimistas respecto a sus resultados 🙂